En memoria de Julián Zugazagoitia

Tatiana Zugazagoitia, nieta de Julián que nos visitó el año pasado en la Fundación con ocasión de un viaje a Madrid, publica hoy en el diario El Correo de Bilbao esta «Carta a mi abuelo».

Querido abuelo:
Hace 85 años te arrancaron la posibilidad de tener un mañana. Hoy quiero contarte un poco de lo que tu fusilamiento el 9 de noviembre de 1940 ya no te permitió saber.

Tu mujer, mi abuela Julia, y tus hijos tardaron en saber que te habían fusilado. A mediados de diciembre de ese año recibieron una de las primeras cartas que les habías escrito en la que les decías que estarían todos reunidos para Navidades. Te imaginarás el dolor y la rabia al enterarse que esa carta se las enviaban después de tu muerte. Con toda la tristeza a cuestas lograron salir, como se los sugeriste, hacia México donde llegaron en mayo del 42 no sin angustias y percances por el peligro que corrían.

La vida en México no fue fácil de inicio. La abuela recibió el apoyo que les habías mencionado, pero resultó ser somero y duró poco tiempo. Tus hijos, Fermín de 19 años, Jose María con 17, Jesu con 15 y Olga de 14, se vieron obligados a trabajar para poder ayudar con los gastos en casa, teniendo que abandonar los estudios y los sueños que eso conlleva. Sé que esto te dolería saberlo. Sin embargo, decidieron entre todos que al menos mi papá Julianín, por ser el más pequeño, pudiera continuar estudiando.
Tu familia cumplió tu deseo de que no se hicieran tambores de desquite con tu piel, pero no lograron no estar tristes. Puedo imaginar todas las lágrimas derramadas bajo el manto de silencio que los envolvió a todos en torno a tu muerte. La tía Olga contaba que nunca se volvió a pronunciar la palabra papá en casa por el dolor que les causaba. Ese dolor y ese silencio hizo que no nos hablaran mucho de ti a tus nietos. No podían, ni siquiera entre ellos. Hacerlo significaba abrirle la puerta a una herida demasiado profunda y había que vivir. Pero, aunque no nos hablaran de ti, en la casa de la tía Olga había una gran foto tuya colgada a la pared. Era la foto de mi abuelo. Tu rostro me ha acompañado desde niña.

Recién llegados a México Fermín y Jose se fueron por un tiempo de “borregueros” a Estados Unidos para ayudar a la familia y “ser dos bocas menos que alimentar”. Tiempo después Fermín consiguió establecerse trabajando en un laboratorio farmacéutico gracias a un médico español refugiado y Jose fue agente de seguros. Jesu trabajó como empleada en una tienda departamental hasta que se casó y se dedicó a su familia. Olga tuvo la oportunidad de aprender taquigrafía y mecanografía y a los 16 años empezó a trabajar en una fundidora con don Carlos Prieto, volviéndose su secretaria ejecutiva durante 50 años. Mi papá terminó sus estudios y se convirtió en un profesor de matemáticas a nivel universitario muy querido por todos sus alumnos.

Tu mujer murió relativamente joven. La vida no fue fácil, pero no todo fueron tristezas. Tus hijos hicieron sus vidas. Se enamoraron, se casaron, trabajaron, tuvieron hijos, algunos se divorciaron, en fin, la vida con sus dichas y quebrantos. La mayoría contrajo matrimonio con refugiados españoles como ellos. Mi papá, ese al que describiste como grande y feo cuando nació, se convirtió en un hombre muy guapo y se casó con la hija de judeo-alemanes también refugiados. Como verás, las pérdidas por las guerras y la expatriación fue un nodo común que los acompañó a todos de por vida.
Tu hermana, la tía Juanita, fue longeva. Siempre cálida, de sonrisa dulce y con su sentido del humor ligero y sutil murió “como un pajarito” tranquila en su cama cuando llegó su momento. Hoy todos tus hijos ya también culminaron su vida. La tía Olga fue la última en morir. Tuviste en total 10 nietos de los cuales yo soy la más pequeña y 17 bisnietos.
Te daría gusto saber que, aunque tus hijos no pudieron hablar de ti, heredaron tu pasión por la literatura y las artes que nos transmitieron a todos tus nietos. A mi padre se le daba muy bien escribir. Lamento que no se haya dedicado más a ello. También bailó danzas vascas en su juventud. Supongo que de él me viene mi amor por la danza. Hoy la familia Zugazagoitia, tu familia, está compuesta por historiadores, directores de museos, cineastas, químicas, bailarinas, empresarios, ingenieros, arqueólogas, costureras, escritores… Todos trabajadores, apasionados y comprometidos con lo que hacemos y orgullosos de ser tus nietos y bisnietos. Tus hijos fueron personas de bien: si bien atravesados por la tristeza de tu fusilamiento fueron personas generosas, éticas y amorosas. Reflejo de ti y de la abuela. Así que ves, de alguna manera algo de ti sigue vivo en todos nosotros.
Imagino que te sorprendería y conmovería saber que una mujer a la que ayudaste les puso una tumba a ti y a tu compañero de desgracia Cruz Salido, y que tanto en Madrid como en Bilbao hay una calle que lleva tu nombre. A nosotros nos da mucho orgullo que se te recuerde como el gran hombre que fuiste. Gracias abuelo por ser la persona íntegra y ecuánime que fuiste y por los valores que infundiste en tu familia. Desde aquí te abrazo con esta danza como un homenaje a ti y a mi papá al que tanto extraño.
Tu nieta Tatiana


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