
La Fundación Indalecio Prieto colabora en la exposición «Memoria de la deportación. Testimonios vascos de los campos nazis», organizada por Gogora, Instituto para la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos del Gobierno vasco. La muestra fue inaugurada ayer por la consejera vasca de Justicia y Derechos Humanos, María Jesús San José, y estará en la sala Amárica de Vitoria-Gasteiz hasta el próximo 23 de noviembre.
Entre los documentos que ha cedido la Fundación hay una carta de Víctor Salazar a Indalecio Prieto, fechada en París el 28 de febrero de 1939, en la que describe la huida de miles de refugiados tras la caída de Barcelona: «La carretera de Figueras a la frontera es testigo de un espectáculo terrorífico. Viejos, niños y mujeres, medio muertos de andar, con los pies deshechos, envueltos en trapos, muchísimos muertos a lo largo del camino, civiles y soldados, mezclados éstos con sus jefes […]; una macabra procesión de coches de turismo y de camiones que parecía fuesen a reventar por repletos de gente […]. En fin, el tiempo espantoso, de lluvia torrencial y de frío intenso, contribuyeron a hacer más grandes las penalidades de las gentes. Y formando procesión con los coches, cañones de tierra y antiaéreos que los soldados arrastraban hacia Francia y que luego fueron abandonados”.
También un ejemplar de Adelante, de 1945, que recoge el testimonio de Alonso Hernández sobre la liberación del campo de Schasenhausen, en el que coincidió con Francisco Largo Caballero. El artículo se titula “El testimonio de un deportado político. Der Schutzhaftlinge Largo Caballero [el prisionero en custodia protectora Largo Caballero]», y dice así: «Llegó el día 21 de abril. Hacía días que hasta nosotros llegaban síntomas de la descomposición del III Reich. Los SS estaban desencajados, aturdidos. Se resquebrajó un tanto la disciplina del campo, aunque el peligro de muerte para nosotros no disminuyó, porque las reacciones de nuestros verdugos eran atroces. No sé cuántos concentrados morirían en los últimos días víctimas de la sevicia empavorecida de los guardias SS. Al fin, una mañana, nos encontramos con que nadie nos guardaba. Entre montones de muertos y de agonizantes salimos de Schasenhausen. Caballero se dispuso a marchar no sé hacia dónde. Iba optimista y fuerte de espíritu. Al cabo de unas horas lo volví a encontrar. “No puedo”, me dijo. “Mi pie no me lo permite”. Hubo quien quiso permanecer con él, pero de ninguna manera lo consintió. “El que pueda que llegue a donde sea. Yo no necesito a nadie. Únicamente que no puedo andar. Pero no os preocupéis por mí. Me salvaré también”. Entonces estaba bien. Entero y animoso. Como siempre lo estuvo».
Otro socialista vasco, Víctor Gómez Barcenilla, detenido por la Gestapo en Francia, cuenta en El Socialista del 4 de agosto de 1945 su llegada al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich, tras un viaje de 54 días en el convoy conocido como el «tren fantasma»: “Nuestra llegada a Dachau se efectuó una noche de agosto, rodeados de guardias SS y de perros SS también, pues llevaban las mismas insignias que sus amos. Solo durante el viaje ya perdimos unos cuantos kilos de peso y la mayor parte de nuestras ropas… Una vez en el campo nos distribuyeron en los bloques llamados de cuarentena, donde éramos apilados tres y cuatro por cama, cuya anchura era de 80 centímetros. La vida en estos bloques era dura. A las cuatro de la mañana, se nos hacía abandonar el dormitorio y formar militarmente a la intemperie. En esta posición pasábamos horas y horas hasta que la formación se iba deshaciendo, porque el frío y el cansancio era de todo punto irresistible. Entonces nos amontonábamos unos contra otros, formando lo que dimos en llamar rueda, y que consistía en juntarnos unos a otros, formando círculo y pecho contra espalda. En este periodo de cuarentena la base de la comida la constituía un litro (allí se contaba la comida por litros) de berzas o nabos. La cuarentena duró unos cuantos días, durante los cuales se hizo la selección, consistente en tres revisiones médicas para obtener el grado de aptitud de cada uno y formar grupos, que eran reexpedidos a otros campos. A mí me tocó Mauthausen junto con 65 españoles más. A Dachau habíamos llegado 205 y la separación la recordaré siempre como una de las escenas más tristes de mi vida. Allí dejamos, entre otros, a Teodoro Marín, viejo socialista madrileño, de 70 años. Allí le dejamos y allí murió con más de la mitad de nuestros compañeros de cautiverio».